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Jueves, diciembre 17th, 2020

El espectáculo festivo de los toros

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La descripción crítica del espectáculo de una corrida que nos ofrece el ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos no es muy atractiva:

«El crudo majo hace alarde de la insolencia; donde el sucio chistero profiere palabras más indecentes que él mismo; donde la desgarrada maja hace gala de la impudencia; donde la continua gritería aturde la cabeza más bien organizada; donde la apretura, los empujones, el calor, el polvo y el asiento incomodan hasta sofocar, y donde se esparcen por el infestado viento los suaves aromas del tabaco, el vino y los orines».

La vinculación de Ramon Casas con el mundo del folclore fue más allá de las chulas y manolas, convirtiéndose en un artista de referencia del mundo del toreo. Fruto de esta vinculación fue el encargo del cartel de la inauguración de la plaza de toros de Las Arenas de Barcelona, en 1900, mostrado junto a estas líneas. El cartel fue reutilizado para anunciar distintas corridas. La ilustración de base era reproducida a una tinta mientras que el texto, variable en cada ocasión, se sobreimprimía.
La vinculación de Ramon Casas con el mundo del folclore fue más allá de las chulas y manolas, convirtiéndose en un artista de referencia del mundo del toreo. Fruto de esta vinculación fue el encargo del cartel de la inauguración de la plaza de toros de Las Arenas de Barcelona, en 1900, mostrado junto a estas líneas. El cartel fue reutilizado para anunciar distintas corridas. La ilustración de base era reproducida a una tinta mientras que el texto, variable en cada ocasión, se sobreimprimía.

A principios del siglo xix una corrida exhibía elementos aún más primarios que las actuales. A los toros se enfrentaban perros, se mezclaban con toros embolados, se clavaban banderillas de fuego por banderilleros protegidos dentro de toneles de madera y había fuegos artificiales. El público gritaba ávido de sangre, distraía al torero para provocar que fuese cogido por el toro, lanzaba comida a la arena y el éxito de una corrida se medía en el número de caballos muertos por los toros.

Sobre estas líneas, interior de la plaza de toros del Torín de Barcelona pintado por Casas. El artista se valía de los propios toreros y banderilleros de cada plaza utilizándolos como modelos para sus composiciones.
Sobre estas líneas, interior de la plaza de toros del Torín de Barcelona pintado por Casas. El artista se valía de los propios toreros y banderilleros de cada plaza utilizándolos como modelos para sus composiciones.

A pesar de todo esto, los toros se incorporan a las festividades populares, convirtiéndose en una de las preferidas por el público, incluso con la mala información que tenían del reglamento. Así en 1841 se edita un pequeño libro en catalán, Advertensias per los concurrents a la plasa de toros y reglas per entendre aqueixa clase de espectacles; que se reedita en 1858 en castellano, Cartilla de la plaza de toros, o sea, Una breve reseña de las principales reglas que en ella deben observarse; para informar al público de las normas básicas de comportamiento en la plaza, pues «el pueblo de Barcelona es el menos inteligente de toda España (…) por lo poco acostumbrado que está a estos espectáculos». En un anuncio en el periódico de Barcelona El Áncora, del 29 de junio de 1850, se avanza la publicación de un folleto con las normas que se aplican en las plazas de Andalucía, Madrid y Zaragoza, para que el público de Barcelona conozca las diferentes «suertes» que hay. Es evidente que la introducción de la fiesta de los toros no gustó a todo el mundo. Desde buen comienzo existió una sociedad para la abolición de los toros y se editaron diferentes folletos y publicaron artículos en prensa en contra de este nuevo espectáculo. Es cierto que pudieron existir críticas desde el catalanismo, pero fueron numerosas las críticas recibidas por causas morales y económicas. Antoni Torrents (Barcelona, 1852-1921) es el autor de un escrito antitaurino en 1894.13 Torrents fue secretario de la Real Academia de Ciencias y Artes y miembro de diversas sociedades, profesor mercantil, perito agrícola y químico. Publicó un gran números de textos de comercio, contabilidad, matemáticas, geografía y estadística, de administración y finanzas públicas, derecho y agricultura. Además de contra los toros, también escribió contra el tabaquismo.

Sobre estas líneas, una instantánea de Ramon Casas en la plaza del Torín de Barcelona, trabajando en el óleo Preparación para la corrida mostrado en la página contigua.
Sobre estas líneas, una instantánea de Ramon Casas en la plaza del Torín de Barcelona, trabajando en el óleo Preparación para la corrida mostrado en la página contigua.

Para Torrents, los toros forman parte de la crueldad de finales del siglo xix, como las guerras, la marginación de los afroamericanos en Chicago (ciudad en la que se celebró la Exposición Universal de 1893), la extrema miseria de Londres, la caza en Inglaterra, los combates de boxeo en Francia o las peleas de gallos en Estados Unidos. No pide la prohibición de las corridas, pero sí unos puntos que, estrictamente aplicados, llevarían a su desaparición: impuestos, prohibición de asistir a corridas a cargos públicos, etc. Finalmente destaca el descenso en la economía que provoca la afición a los toros.Un librito que fue publicado por la Sociedad Económica Graciense de Amigos del País. Más visceral y con un cierto animalismo, visto desde la perspectiva actual, es el panfleto de Joaquim Nin. Joaquim Nin i Tudó (Tarragona, 1843-Barcelona, 1919). Militar que hizo carrera en Cuba. Fundó y dirigió diferentes escuelas en La Habana y en Barcelona. Se dedicó a la filantropía y a una intensa actividad literaria y cultural en Barcelona. Como curiosidad, señalar que fue el abuelo de la famosa escritora Anaïs Nin.

En su texto, primero, nos describe la popularidad de las corridas de toros, señalando que se habla de ellas en el «en el casino, en el teatro, en el café, en la calle, en el paseo, entre estudiantes, en el hogar (…) los hombres, las mujeres y los chiquillos», cuestionando moralmente tanto a los toreros como al público. De los primeros duda de su masculinidad y de las causas que los llevan a torear, «que luce garboso cintura y caderas» como una mujer, siendo su valentía producto de su amor al dinero, para salir de una vida de miseria y «encumbrarse a la esfera de la opulencia holgazana y egoísta, del despilfarro o del vicio». El público es descrito en tono similar: «La fiesta nacional española, pasión favorita de ignorantes, degradados, viciosos y egoistas, es el espectáculo más bárbaro, cruel, inhumano e inmoral que existe». A los toros asisten «los incautos que el mal ejemplo arrastra. Los degenerados para mostrarse hombres desde los tendidos. Los señores moralistas a la moderna (…) Los hombres de estado. Los ministros de la corona (…) Y las damas encopetadas». De nuevo, causas económicas hacen censurables las corridas, empobreciendo a la clase obrera: «cuanto más pobre más fácil de gobernar [el pueblo], embrutecido y miserable será siempre un rebaño de esclavos».